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Por MF Arnaldo Valdés C.
Al ver esos útiles
libros españoles de mi juventud, en tu nota periodística, recordaba que en la
Olimpiada Mundial de 1966 en la Habana, donde todos los ajedrecistas jóvenes,
de aquel tiempo, estábamos presentes unos como muralistas, otros en alguna otra función,
y yo como corresponsal del periódico Vanguardia de mi provincia (Las Villas
todavía) nuestro camino siempre estaba entre el hotel Habana Libre, sede de la
Olimpiada y nuestro cuartel general en la recién inaugurada y remozada Casa del Ajedrez,
que estaba en 15 y C en el Vedado
(Ciudad de la Habana, Cuba).
Allí, dos
legendaria figuras, Ezequiel Herrera (Alias Chicho, Presidente de la Federación
Cubana de Ajedrez por un tiempo) y Calinguito (no recuerdo su nombre porque
siempre le llamábamos así cariñosamente, y también porque le gustaba al amigo
aquel alias) eran celosos guardianes de los libros de ajedrez. Para nosotros,
mirar aquellos libros por los cristales de las seguras vitrinas, era una tortura,
pues necesitábamos aquellos libros, era como la necesidad de juguetes en los
niños, pero más grande.
Y mientras más pensábamos no había forma de obtenerlos.....hasta que encontramos un punto débil en la posición y era cuando Chicho se iba y Calingo, que lo vigilaba para saber donde ponía aquel voluminoso mazo de llaves, abría la vitrina, siempre mirando a todos lados, y nos facilitaba, por un par de horas, los libros que disfrutábamos como el mejor manjar de la vida. Ni que decir de las libretas que llenamos copiando variantes.
Pero, volviendo al tema de la colección de libros españoles que mencionas en tu trabajo, de los cuales tengo algunos todavía en Santa Clara, voy a contarte una anécdota curiosa de la cual fui testigo presencial.
Como sabes, la Olimpiada de la Habana, en el año 1966, fue un modelo de organización. Fue el primer evento grandioso organizado por Cuba que rompió el incipiente bloqueo americano, razón por la que nuestro país, pobre materialmente como siempre ha sido, pero grande espiritualmente, se esmeró en atender a todos aquellos famosos visitantes. Y esas personalidades rompieron también las prohibiciones norteamericanas de asistir o relacionarse con Cuba, porque valía la pena conocer la mística de aquel país, que era atractiva e histórica por el ajedrez, pero también por el encanto de una joven revolución, como hacia tiempo no se veía ninguna en el mundo.
Fischer, el magnifico, el polémico, el carismático, el ajedrecista genial, también asistió a la Habana y no era su primera vez en la capital cubana, pues cuando joven también la había visitado, y es precisamente el protagonista de esta anécdota que voy a contarte. Como debes recordar, no por tu edad, sino por tu sapiencia, cada delegación tenía su propio transporte, se les brindaban las comidas típicas de sus países, se les regalaron las mesas y juegos, hoy día todo este material es muy famoso por sus maderas finas y por el valor histórico, a los primeros tableros y capitanes de equipos.
La organización le ofertaba a las delegaciones visitas a lugares de interés, pero el Gran Maestro Norteamericano insistía en que le llevaran a la Casa del Ajedrez y se apareció una buena mañana en el Vedado, visita que fue apresuradamente anunciada, y aun cuando los organizadores pensaban que era una rutina que ya habían hecho con otras delegaciones y personalidades, no era este el caso del genio americano y la sorpresa fue cuando al final del recorrido dijo (mas o menos): “Todo muy bueno, me ha gustado el lugar y creo que será muy provechoso para los ajedrecistas cubanos. Y quiero aprovechar la ocasión para obtener, o comprar la colección de monografías españolas que he visto aquí en uno de esos escaparates.”
Tremendo alboroto! A esa hora hubo que buscarle al maestro aquella colección completa, lo cual no era problemas porque habían algunas, lo que pasaba era que el amigo Ezequiel Herrera, con el nerviosismo no sabia donde estaban las llaves! Momentos de tensión.
Pero todo tuvo un final feliz y el maestro Bobby Fischer se llevó aquella colección completa, como si fuera el mejor juguete que le han regalado a un niño. Toda una gran enseñanza para nosotros, porque si bien es verdad que a los provincianos nos interesaban aquellos libros y les sacábamos provecho, no pasaba igual con los capitalinos porque ellos tenían acceso a otra información, más modernas. Es que en la capital recibían las revistas soviéticas y letonas especializadas en ajedrez que eran lo mejor en teoria.
Desde un rincón disfrutamos toda aquella película de la visita intempestiva de Fischer, y luego nos reíamos con Chicho y Calingo, siempre diciéndoles: Oye, que rápido salieron del armario los libros para Fischer y ¿Nosotros que siempre estamos con Ustedes aquí…..qué? Ellos también se divertían cuando recordaban la visita de Fischer, porque así somos los cubanos que pasamos un apuro y luego lo convertimos en anécdotas pare reírnos de nosotros mismos.
Tiempo después, cuando paso aquella euforia de la colección de libros españoles, obtuvimos nuestra propia colección. Han pasado muchos años y esos libros siguen llamando la atención de algunos niños y jóvenes. Todo un misterio. ¿No te parece?
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