Por MN
cubana y psicóloga Nery Maceira
El
motor impulsor de la personalidad lo constituyen las motivaciones. Si uno es
capaz de determinar qué quiere y orientarse por los objetivos que
conscientemente se ha trazado, a pesar de la posible incidencia de otras
situaciones que confluyen y en ocasiones se contraponen a esos planes,
podríamos decir que se actúa con una verdadera madurez psicológica.
¿Esta
organización de nuestros motivos y fines cómo se integran con nuestro
pensamiento, memoria e imaginación?, ¿cómo se integran con las emociones y
sentimientos? ¿De dónde sacan su energía para expresarse en la dirección de
nuestro ser?, ¿de nuestros ideales, de nuestras intenciones profesionales, de
lo queremos modificar en nosotros mismos, de lo que consideramos nuestro papel
en el mundo? ¿Cómo se expresan esos motivos en nuestro ser interno? ¿Requieren
de educación nuestros motivos?
El
ajedrez tiene la virtud de permitir la reflexión y no sólo de lo que ocurre en
el tablero sino de modo muy importante de lo que ocurre en nosotros mismos... y
además jugando. En esta posición juegan las blancas, ¿ganan?, ¿se deberán de
contentar con tablas?:
Posición
de Barbe y Saavedra. 1985
Por
la situación material las blancas se encontrarían totalmente perdidas. En
muchas situaciones de la vida también por una causa u otra también hemos tenido
este peso. ¿Qué hacer?
Le
toca jugar y parece que nada puede salvarlo, tal es el caso del conductor de
las blancas.
Que
las emociones dirijan las decisiones cuando se asocian con elementos adversos,
o como en el caso del ajedrez con lo que se hizo anteriormente y que nos
arrastró a una posición perdida, todo torna desesperanzador. Al sentirnos
perturbados se pierde la cooperación de las emociones con el pensamiento.
Pero las emociones pueden tornarse
inteligentes, los propios sentimientos son indispensables para una toma de
decisiones bien pensada y racional, porque nos orientan en la dirección
adecuada y parecen aconsejarnos mejor que una lógica neutral. ¿No es así cuándo
se decide con quien casarse?, ¿o se
decide cambiar de trabajo?
Así
que las emociones, son importantes para el ejercicio de la razón y aquí el
jugador de las blancas ni tan siquiera se contentó con dividir el punto con su
contrario sino que decidió ganar a costa de su peón, de un simple peón contra
una torre. Para el jugador de las blancas este peón apostado en una casilla
cercana a la coronación resulta ser una ventaja. Por muy mala que sea una
situación sin dejar de examinar bien las debilidades, también habrá que valorar
las fortalezas, aquello que puede ser un punto de apoyo para que la razón
trabaje mano a mano con ese sentir que está muy dentro de nosotros, y que nos
dice que se puede luchar, que puede haber una oportunidad.
Al
motivarnos en la lucha por un objetivo, nuestro estado de ánimo ha de ser
nuestro aliado. Alguien muy conocido en el campo de la Psicología decía: –“Ha
llegado ya el momento de ampliar nuestra noción del talento”–, y esto avalado
por una experiencia de trabajos con niños, en que muchos son tratados como
alumnos con dificultades solo por el estrecho margen de puntos en una prueba
que lo deja clasificado como tal. Otras facetas de la trayectoria vital de
estos niños son desechadas y sin embargo estas pueden asegurarle el éxito. Como
la vida demuestra a compañeros de estudio “más inteligentes”, pero que no
lograron con respecto a los “subvalorados” determinadas posiciones en la vida
laboral o social o familiar. Estos últimos han sacado a ese talento,
supuestamente escaso, la prueba que la vida pone ante todos llena de múltiples
imperativos prácticos.
El
jugador de las blancas se motivó a sí mismo. Esta posición resulta de una
partida viva, que aunque con algunas diferencias con la que le mostramos, el
jugador blanco sucumbió sin optimismo a la lucha por el punto y se conformó con
las tablas. Pero posteriormente Barbé lo convirtió en un estudio al que le dio
solución, casi 20 años después del origen del tema de la posición.
Barbe
subordinó la desesperanza a un objetivo: la transformación del peón, lo que le
resultó esencial para espolear y mantener la atención, la motivación y la
creatividad. Se sumergió en el flujo del duro trabajo y concentración y esto,
dado que nunca en la vida se trabaja de balde, de convertirse, según el decir
de Anatoli Karpov Campeón del Mundo de Ajedrez, en una celebridad en su club y
que posteriormente se extendió al mundo ajedrecístico, y sólo por hacer una
jugada.
Incrementar
la calidad de la experiencia se nutre en lograr momentos de concentración
activa y quedarse absorto en hacer. La recompensa está en lograr el mayor
desarrollo de aquellas habilidades que dan solución a los retos de la vida: los
sentimientos de optimismo ante las dificultades, sin dejar de tener una
conciencia realista de uno mismo y del problema, comprender que han pensado los
demás acerca del problema que nos ocupa y plantearse un nuevo objetivo. Estas
habilidades están sin dudas presentes en el jugador de las blancas al
establecer claramente su objetivo y valorar las acciones alternativas.
Motivarnos
a nosotros mismos en una tarea, ya sea de ajedrecistas o constructores o
médicos,... de todo ser humano, nos permite ser el director de nuestros
sentimientos, pensamientos e intenciones. Las cosas que vemos, sentimos,
pensamos y deseamos, son informaciones que podemos manipular y utilizar.
Motivarnos a nosotros mismos es lograr orden dentro del campo de la conciencia
individual, con ello ser más eficientes y productivos y ayudar al amigo, a
nuestros familiares, a nuestros hijos, a nosotros mismos.
Motivarnos por lograr la transformación
necesaria en una posición de ajedrez puede ser un buen modelo y una estrategia en
la vida. ¿Acepta el reto?