Por Nibaldo Calvo Buides
Instructor FIDE
Nunca imaginé que llegaría el día en que un ajedrecista utilizara móviles y otros adelantos tecnológicos para hacer trampas durante una partida de ajedrez. Lamentablemente, eso sucede. Ya varios han sido atrapados en pleno hecho vergonzoso y han sido sancionados.
Actualmente en varios torneos internacionales donde se reparten grandes sumas de dinero para los ganadores, los organizadores revisan con detectores de metales a todos los jugadores antes de entrar a la sala de juego, o prestan atención cuando un jugador de rating inferior comienza a ganarle partidas a mejores ranqueados. Comparan sus jugadas con los de softwares y si existe mucha coincidencia pues pueden sospechar que hay trampas en el ambiente.
Pero, ¿Usted se ha preguntado alguna vez si algún día podría ser descubierto un jugador tramposo en torneos municipales y provinciales? Me refiero a las trampas con móviles y otras altas tecnologías.
Podría existir porque no existen revisiones. No ganaría miles y miles de dólares de premios como en los torneos grandes pero ganaría algo de dinero. Más bien, robaría algo de dinero.
O, en ocasiones, no se trata de dinero. En ocasiones el jugador tramposo lo que quiere ganar es crédito, sentirse imbatible.
Hace varios años, en Varadero, provincia de Matanzas, Cuba, se organizó un torneo entre 8 jugadores en la casa de un ajedrecista de esa localidad. El torneo no sería reportado a la lista de rating ni los ganadores recibirían premios. Tampoco pagamos inscripción. Así suele suceder en Cuba, jugamos ajedrez por el placer de vivir esa adrenalina.
Pues bien, yo estaba en ese torneo, tambien la Maestra Internacional Zirka Frometa y el Maestro FIDE Noel Hernández. En la primera ronda le corresponde jugar a Noel, fuerte jugador de mi provincia de Matanzas, contra el dueño de la casa. De manera sorpresiva, Noel perdió. Todos esperábamos que ganara.
Al finalizar todas las partidas de la primera ronda, nos marchamos, y mientras íbamos caminando Noel nos dijo: “No sé si Ustedes se fijaron que mi rival se levantaba cada vez que le correspondía jugar y entraba a su casa. Luego regresaba y era cuando me realizaba la jugada fuerte. La variante que yo le jugué la tengo bien estudiada. A mí me huele que estuvo consultando a la computadora.”
Y es que ese jugador tiene computadora. Entonces el ajedrecista de apellido Soto, quien nos acompañaba en la caminata nos dijo: “Mañana me toca jugar contra él. Si se levanta de la silla cuando le toque jugar, con el objetivo de entrar a su casa, ahí mismo le diré que no estoy de acuerdo que lo haga.”
Al otro día en la noche, durante la segunda ronda, sucedió lo esperado: en par de ocasiones en plena apertura, el anfitrión, cuando le correspondía jugar, se levantó de la silla y entró a su casa. En la quinta o sexta jugada, cuando iba a repetir su travesía, Soto le reclamó: “No estoy de acuerdo que cada vez que te toca jugar entres a tu casa.”
Y el anfitrión comenzó a justificarse que necesitaba entrar constantemente a su casa porque tenía problemas en un oído y necesitaba echarse con frecuencia unas gotas, o algo parecido.
Soto no entendió esa explicación, por lo que decidió no seguir jugando. El resto de los jugadores apoyamos a Soto y todos abandonamos el torneo.
Hasta el día de hoy, me queda la duda si hubo trampas o no en el ambiente. Me queda claro que las sospechas siempre existirán.
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