Decía el inolvidable maestro Yuri Averbach que el ajedrez sin las simultáneas sería un juego incompleto. Y en verdad que es un espectáculo bonito. Pero no han de faltar los jugadores que quieran pasarse de listos con los maestros. Veamos algunos casos.
En unas simultáneas, Fischer le ganó la dama a uno de sus rivales. Pero cuando iba unas mesas más adelante, el jugador incorporó su dama al juego, como si no hubiera pasado nada. Y se ufanó ante los espectadores que había a su alrededor de que el campeón no lo había notado. Siete jugadas más adelante Fischer volvió a ganarle la dama. Pero esta vez se la echó al bolsillo y siguió adelante sin mediar palabra.
Y cuenta Karpov en una entrevista, a propósito de su experiencia en los penales rusos:
– ¿Ha habido algún caso curioso en ellas?
–Sí los ha habido. Por ejemplo, sucedió durante una sesión de simultáneas en una colonia para criminales particularmente peligrosos en Riazán. Por lo general doy oportunidad a los participantes de discutir la posición entre ellos, de mover las piezas. Incluso si “se roban” una jugada, aunque recuerdo perfectamente las posiciones, no corrijo nada en el tablero si es que con lo anterior no han modificado el carácter de la posición. Pues bien, un ancianito estrafalario, que, a juzgar por su aspecto, llevaba tras la rejas más de una decena de años, se dejó llevar tanto que regresó tres jugadas. Por supuesto que se alteró la calificación de la posición, de pronto sus piezas revivieron de manera extraña. Tuve que restablecer la posición y decir: “Aquí se han hecho tres jugadas. Haga una, por favor”. Su reacción me asombró. Se turbó mucho, se agitó y dijo “Oh, disculpe, disculpe, no quería… ¡y en general, si se ha de ganar al campeón, que sea a la buena!” Resultó que no era un ancianito cualquiera, sino un experimentado jugador.
Yuri Averbach cuenta que en una ocasión daba unas simultáneas en compañía con el maestro Boleslavski:
En este tipo de sesiones, los dos maestros juegan alternativamente sin consultarse uno a otro.
En el medio juego, descubrí la desaparición de una torre nuestra en uno de los tableros y en tono amenazador pregunté a nuestro contendiente:
-¿En dónde está la torre?
-¡Isaac Efremovich la ha descuidado! –contestó el interpelado, y mostró cómo había sucedido.
Queda por decir que perdimos esa partida. Al dirigirnos a casa, le pregunté a Boleslavski acerca del ‘descuido’ de la torre. A lo que éste contestó:
-¿Quién la ha ‘descuidado’ sino usted?
¡Ah, ‘el héroe’ de la sesión, al que los espectadores aplaudieron, resultó ser un vulgar fullero!
En unas simultáneas, Fischer le ganó la dama a uno de sus rivales. Pero cuando iba unas mesas más adelante, el jugador incorporó su dama al juego, como si no hubiera pasado nada. Y se ufanó ante los espectadores que había a su alrededor de que el campeón no lo había notado. Siete jugadas más adelante Fischer volvió a ganarle la dama. Pero esta vez se la echó al bolsillo y siguió adelante sin mediar palabra.
Y cuenta Karpov en una entrevista, a propósito de su experiencia en los penales rusos:
– ¿Ha habido algún caso curioso en ellas?
–Sí los ha habido. Por ejemplo, sucedió durante una sesión de simultáneas en una colonia para criminales particularmente peligrosos en Riazán. Por lo general doy oportunidad a los participantes de discutir la posición entre ellos, de mover las piezas. Incluso si “se roban” una jugada, aunque recuerdo perfectamente las posiciones, no corrijo nada en el tablero si es que con lo anterior no han modificado el carácter de la posición. Pues bien, un ancianito estrafalario, que, a juzgar por su aspecto, llevaba tras la rejas más de una decena de años, se dejó llevar tanto que regresó tres jugadas. Por supuesto que se alteró la calificación de la posición, de pronto sus piezas revivieron de manera extraña. Tuve que restablecer la posición y decir: “Aquí se han hecho tres jugadas. Haga una, por favor”. Su reacción me asombró. Se turbó mucho, se agitó y dijo “Oh, disculpe, disculpe, no quería… ¡y en general, si se ha de ganar al campeón, que sea a la buena!” Resultó que no era un ancianito cualquiera, sino un experimentado jugador.
Yuri Averbach cuenta que en una ocasión daba unas simultáneas en compañía con el maestro Boleslavski:
En este tipo de sesiones, los dos maestros juegan alternativamente sin consultarse uno a otro.
En el medio juego, descubrí la desaparición de una torre nuestra en uno de los tableros y en tono amenazador pregunté a nuestro contendiente:
-¿En dónde está la torre?
-¡Isaac Efremovich la ha descuidado! –contestó el interpelado, y mostró cómo había sucedido.
Queda por decir que perdimos esa partida. Al dirigirnos a casa, le pregunté a Boleslavski acerca del ‘descuido’ de la torre. A lo que éste contestó:
-¿Quién la ha ‘descuidado’ sino usted?
¡Ah, ‘el héroe’ de la sesión, al que los espectadores aplaudieron, resultó ser un vulgar fullero!
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