Por María Isabel Pardo Bernal.
En Alicante a 21 de Febrero de 2012
Desde MI punto de vista.
Tengo cientos de trofeos de todo tipo que se amontonan en vitrinas, que he tenido que ir encargando al carpintero conforme mis hijos gemelos me traían copas, medallas y demás “chatarritas” (No debo olvidar las que aportan mis tres hijos, de balonmano y karate). Si esta pregunta me la formularan después de limpiar todos los trofeos, igual, mi respuesta sería distinta a lo que realmente opino.
NO, NO ESTOY DE ACUERDO CON LOS PREMIOS EN METÁLICO PARA LOS NIÑOS Y NIÑAS QUE JUEGAN TORNEOS DE AJEDREZ. Mercantilizar este hermoso juego sería eliminar alguno de los valores que se pueden trasmitir con el ajedrez.
Los niños no le dan importancia al dinero y así debe ser. Recuerdo la carita de felicidad de mis hijos cuando ganaban una copa. Ellos se veían como auténticos campeones. Por eso, nunca he tenido valor, por muchas copas que han amontonado, de tirar ninguna de ellas. Cada trofeo, es un recuerdo hermoso de momentos, símbolo de su sacrificio, dedicación y compañerismo.
En algunos torneos, recuerdo que dieron a elegir a mis hijos entre el sobrecito con dinero y un trofeo. Ellos, nunca lo pensaron, querían “su copa”. Siempre les alabé esa elección. He visto regañar a algunos padres por hacer esto mismo a sus niños. Les he oído llamarles “tontos” y decirles que el dinero es mucho mejor, ante la carita compungida de esos niños a los que el premio metálico no les interesa lo más mínimo, porque ellos, en su inocencia, todavía desconocen el valor del dinero. Bien mirado, el dinero es feo y repetido. Los adultos adulteramos el significado que debe tener una competición para niños, ensuciamos los torneos y los convertimos en luchas fratricidas para conseguir el vil metal.
El ajedrez no solo debe servir para formar el intelecto de los niños, también debe formar el lado humano y en este lado, luchar por la satisfacción de ganar debe imperar. Jugar por conseguir dinero ya se tiene que hacer a diario durante toda la vida. Vamos a olvidarnos de obligar a los niños antes de convertirse en adultos. No “profesionalicemos” antes de tiempo a estos aspirantes a campeones. Vamos a educar en valores, dejemos que nuestros niños jueguen por la satisfacción que produce jugar y que cuando pierdan no sea un drama. Dejemos que se desarrollen y crezcan lejanos al materialismo imperante. Soy partidaria de que los más pequeños, cuando se enfrenten en un torneo, obtengan el resultado que obtengan, se lleven un agradable recuerdo de la jornada, bien con un pequeño diploma, con una medalla o, cualquier cosa que les deje un bonito recuerdo del momento vivido.
Como madre y aficionada al ajedrez, opino que se debe alejar a este deporte ciencia de competiciones donde los niños luchan por una dotación económica.
Hay que separar lo que es ser profesional del ajedrez de los aficionados. Si dotamos de premios económicos los torneos de aficionados, veremos cómo se van apoderando de estos torneos “semiprofesionales” a los que ganar a costa de todo y todos es su única “bandera”; piratas del ajedrez que deterioran un sano juego que no debería más que ser un disfrute en todos los sentidos.
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