Por Lic. Arnaldo Calvo Buides
COLABORACION ESPECIAL DESDE CUBA
A mí me gusta jugar ajedrez contra Lázaro Diago. Cuando no se trata de una partida oficial de torneo, jocosamente solemos decirnos cosas en alusión a las jugadas que se suceden en el tablero.
¨Vamos a ver si te gusta esta…¨, entre risas le digo cuando le hago una buena jugada…, ¨ah!!!, pero esta fue la que tú no viste¨, le riposto cuando él me alardea de que acaba de realizar una fuerte movida….
Y así, nos las pasamos ¨provocándonos¨ una y otra vez de la manera más divertida posible.
Con él me siento muy confiado cuando disputo una partida, sobre todo si está pactada a 5 minutos para ambos jugadores. Lo que pasa es que él tiene la mala costumbre de ¨dormirse¨ ante el tablero, apenas mira su reloj para ver qué tiempo le queda, y cuando viene a ver pierde no se sabe cuántas partidas por rebasar el límite establecido.
¨¡Tiempo!¨, se escucha a viva voz una y otra vez por parte de sus rivales como aviso de que ha finalizado la partida a favor de ellos, en muchísimas ocasiones con total desventaja posicional y material.
¨Ah!!!, pero estabas perdido, te salvaste por el tiempo¨, es común oír por parte de la gente ante estas situaciones.
En verdad creo que vale el elogio para todos aquellos que logran administrar mejor el tiempo fijado en sus relojes, amén de la inferioridad manifiesta o no en sus ejércitos. Por supuesto, lo ideal fuese que uno lograra jugar rápido y bien, pero esto es algo difícil de aunar. No todos tienen ese don.
Los finales de los 80´ y principios de los 90´ fueron los mejores años en el ajedrez de Lázaro Diago, quien ya anda por los 50 y tantos de edad. Durante esa etapa hasta logró clasificar para semifinales provinciales, y lo cierto es que en su municipio Jagüey Grande se le consideraba un jugador de sumo cuidado.
Es de esos que poseen un estilo de juego bastante enrarecido, extraño. Le gustan las complicaciones. Y si de aperturas y defensas se trata, de vez en vez sorprende con alguna en desuso en la actualidad, tal como hizo en un torneo reciente ante su rival de turno, quien se quedó como pez fuera del agua ante el planteo del contraataque siciliano.
Siempre le ha gustado darse sus traguitos. Desde que me inicié seriamente en el mundo de los trebejos, por allá en los 90´, siempre he escuchado de boca de jugadores contemporáneos con él que Diago ha jugado muy buenas partidas bajo los efectos del alcohol.
Yo no puedo dar fe de ello. Pero, indudablemente, el alcohol nos disminuye la concentración, la reacción y ciertas capacidades, que nos inhabilita para realizar a plenitud actividad intelectual alguna.
Ha dedicado gran parte de su vida a la enseñanza de la Física en la Escuela de Formación de Profesores de Educación Física Calixto García, enclavada en el poblado de Torriente, perteneciente al municipio Jagüey Grande. Por cierto, dicen que siempre ha sido un profesor muy recto con sus estudiantes, de mucho respeto.
Lázaro Diago y yo solíamos jugar partidas a 5 minutos en la casa del Maestro Nacional jagueyense Noel Martínez, quien ahora cumple misión deportiva en la República de Venezuela.
¨Oh!!!!, ese es Chicho Pega duro..¨, recuerdo que Noel casi siempre decía de manera sarcástica al ver que mi oponente realizaba una buena jugada. Era más bien una forma de ¨provocarnos¨, para poner caliente la escena.
Al referirse a Diago, Noel casi siempre lo llamaba así, Chicho Pega duro. No sé por qué. Ellos se conocen desde hace muchísimos años, de cuando Diago era Diago, por allá en los 80´.
El tiempo ha pasado. El juego de Diago no es el mismo, ya Chicho no pega tan duro nada, aunque alguna que otra vez intenta demostrar que él tiene su historia en el ajedrez de Jagüey Grande.
Pero, no pocas veces mientras más embullado ha estado por su ventaja su rival lo ha sorprendido al gritarle emocionado: ¡Tiempo!, tal como ocurrió recientemente en una partida jugada a 5 minutos entre ambos, durante la ronda final de un torneo municipal, que me posibilitó ubicarme en el segundo lugar.
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