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Por Néstor Quadri (Argentina)
Las reflexiones del abuelo tras sus gruesos anteojos fueron bruscamente interrumpidas por su nieto de catorce años, quien lo observaba con mirada cansina. El partido de ajedrez era el clásico del domingo para el chico, luego del tradicional asado del mediodía en casa de sus padres.
- Dale abuelo, que tus finales no te salvan hoy.
El abuelo analizaba profundamente la posición en el tablero con su típica mirada, mientras una sonrisa incipiente aparecía en su rostro. En su mente, las diversas combinaciones le predecían su próximo triunfo.
- Abuelo, este libreto está llegando a su fin -, le dijo convincentemente el pibe, mientras el abuelo movía un alfil con sumo cuidado.
El nieto desde muy pequeño había aprendido a jugar ajedrez y había comenzado a concurrir a una academia de su barrio, para perfeccionarse. Era muy preciso en su juego y confiado en su memoria, ya dominaba muchas aperturas y variantes.
En cambio, su abuelo estaba retirado de las lides ajedrecísticas. Tenía la experiencia de haber participado en numerosos torneos en su juventud, y ahora apostaba casi todo a su habilidad para conducir los finales.
- Para vos la partida es siempre un libreto-, le dijo el abuelo. Tratás de ganar con estudios previos, análisis, desarrollo… Conocés muchos detalles, muchas variantes, muchas aperturas, mucho medio juego, pero en un partido de ajedrez eso no basta. Es en el final cuando llega la sorpresa y el golpe de gracia definitivo.
- Eso lo decís porque nunca estudiaste y jugás de oído -, le replicó su nieto.
- No lo digo yo, eso lo dijo nada menos que el gran Capablanca -, le contestó el abuelo.
- Debés practicar los finales-, si querés participar con éxito en los torneos de ajedrez, le recalcó.
Su nieto no le respondió. Sabía que en el fondo su abuelo tenía toda la razón del mundo, mientras aceptaba el cambio de damas. Estaba seguro que no iba a perder, la partida era muy pareja y en principio lo tenía todo calculado.
Sin embargo, no podía salir de su incredulidad, cuando luego de unos minutos de silencio, su abuelo le anunció las próximas movidas con su infaltable sonrisa.
- Con un jaque quedás perdido, porque te cambio todas las piezas y entro en un final con un peón pasado, contra tus dos peones doblados y atrasados.
El nieto hizo un gesto que delataba su sorpresa. Se quedó analizando la posición largo rato y evidentemente era así.
- Igual tendrías ventaja decisiva, si no te aceptaba el cambio de damas -, le dijo concluyendo la aseveración de su abuelo, sonriendo con resignación, mientras inclinaba su rey.
Durante los años siguientes la carrera ajedrecística del muchacho fue realmente meteórica. Ya a los veintidós años, en un importantísimo torneo internacional había arrasado con los adversarios más calificados y tenía la ilusión intacta. Era una gran oportunidad que se le presentaba, con todo el tiempo por delante para llenar las páginas de su vida, que le abriría las puertas al reconocimiento general.
Y finalmente el joven jugador consiguió el triunfo, ganando la partida definitoria justamente con el gran favorito del torneo, que con sus cuarenta y dos años cumplidos, era considerado por su experiencia uno de los mejores jugadores del mundo. Evidentemente había surgido en el universo ajedrecístico una nueva estrella, con otros ojos, otros conceptos y otras ambiciones.
Llegaron a esa partida final en la última ronda y al maestro favorito le bastaba con empatar para ganar el torneo, por lo que, con negras, planteó una defensa francesa muy sólida. Sin embargo el joven logró una pequeña ventaja en la apertura, y luego fue minando estratégicamente, una por una, las defensas que su adversario le fue oponiendo en el medio juego. Por último, llegaron a un final que parecía muy difícil de definir, pero el joven jugador, lo resolvió con una precisión magistral, que hacía recordar al genial Capablanca.
Cuando el favorito del torneo completamente agotado y apesadumbrado, le tendió la mano para rendirse, las lágrimas de felicidad inundaban los ojos del muchacho. En medio de los aplausos, un grupo de amigos y simpatizantes lo rodeó para felicitarlo, mientras unos periodistas le sacaban fotos y buscaban grabar sus emocionadas palabras.
Fue en esos momento de gloria, que no pudo menos que recordar los consejos de su querido abuelo, que había muerto hacía ya algunos años.
- Dale abuelo, que tus finales no te salvan hoy.
El abuelo analizaba profundamente la posición en el tablero con su típica mirada, mientras una sonrisa incipiente aparecía en su rostro. En su mente, las diversas combinaciones le predecían su próximo triunfo.
- Abuelo, este libreto está llegando a su fin -, le dijo convincentemente el pibe, mientras el abuelo movía un alfil con sumo cuidado.
El nieto desde muy pequeño había aprendido a jugar ajedrez y había comenzado a concurrir a una academia de su barrio, para perfeccionarse. Era muy preciso en su juego y confiado en su memoria, ya dominaba muchas aperturas y variantes.
En cambio, su abuelo estaba retirado de las lides ajedrecísticas. Tenía la experiencia de haber participado en numerosos torneos en su juventud, y ahora apostaba casi todo a su habilidad para conducir los finales.
- Para vos la partida es siempre un libreto-, le dijo el abuelo. Tratás de ganar con estudios previos, análisis, desarrollo… Conocés muchos detalles, muchas variantes, muchas aperturas, mucho medio juego, pero en un partido de ajedrez eso no basta. Es en el final cuando llega la sorpresa y el golpe de gracia definitivo.
- Eso lo decís porque nunca estudiaste y jugás de oído -, le replicó su nieto.
- No lo digo yo, eso lo dijo nada menos que el gran Capablanca -, le contestó el abuelo.
- Debés practicar los finales-, si querés participar con éxito en los torneos de ajedrez, le recalcó.
Su nieto no le respondió. Sabía que en el fondo su abuelo tenía toda la razón del mundo, mientras aceptaba el cambio de damas. Estaba seguro que no iba a perder, la partida era muy pareja y en principio lo tenía todo calculado.
Sin embargo, no podía salir de su incredulidad, cuando luego de unos minutos de silencio, su abuelo le anunció las próximas movidas con su infaltable sonrisa.
- Con un jaque quedás perdido, porque te cambio todas las piezas y entro en un final con un peón pasado, contra tus dos peones doblados y atrasados.
El nieto hizo un gesto que delataba su sorpresa. Se quedó analizando la posición largo rato y evidentemente era así.
- Igual tendrías ventaja decisiva, si no te aceptaba el cambio de damas -, le dijo concluyendo la aseveración de su abuelo, sonriendo con resignación, mientras inclinaba su rey.
Durante los años siguientes la carrera ajedrecística del muchacho fue realmente meteórica. Ya a los veintidós años, en un importantísimo torneo internacional había arrasado con los adversarios más calificados y tenía la ilusión intacta. Era una gran oportunidad que se le presentaba, con todo el tiempo por delante para llenar las páginas de su vida, que le abriría las puertas al reconocimiento general.
Y finalmente el joven jugador consiguió el triunfo, ganando la partida definitoria justamente con el gran favorito del torneo, que con sus cuarenta y dos años cumplidos, era considerado por su experiencia uno de los mejores jugadores del mundo. Evidentemente había surgido en el universo ajedrecístico una nueva estrella, con otros ojos, otros conceptos y otras ambiciones.
Llegaron a esa partida final en la última ronda y al maestro favorito le bastaba con empatar para ganar el torneo, por lo que, con negras, planteó una defensa francesa muy sólida. Sin embargo el joven logró una pequeña ventaja en la apertura, y luego fue minando estratégicamente, una por una, las defensas que su adversario le fue oponiendo en el medio juego. Por último, llegaron a un final que parecía muy difícil de definir, pero el joven jugador, lo resolvió con una precisión magistral, que hacía recordar al genial Capablanca.
Cuando el favorito del torneo completamente agotado y apesadumbrado, le tendió la mano para rendirse, las lágrimas de felicidad inundaban los ojos del muchacho. En medio de los aplausos, un grupo de amigos y simpatizantes lo rodeó para felicitarlo, mientras unos periodistas le sacaban fotos y buscaban grabar sus emocionadas palabras.
Fue en esos momento de gloria, que no pudo menos que recordar los consejos de su querido abuelo, que había muerto hacía ya algunos años.
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