Por Nibaldo Calvo Buides
El alumno no aprende por el mero hecho de que repita y memorice hasta el cansancio determinadas variantes de tal o mas cual apertura o defensa.
A menudo, de manera errónea, se le dan vítores y se le asocia con el aprendizaje a aquel novel trebejista que “lleva en la mente” decenas de variantes teóricas.
Recuerdo haber conocido a 2 personas en Cuba quienes facilmente te recitaban, sin ver el tablero, más allá de la jugada 20 de determinada apertura o defensa.
A uno de ellos lo conocí durante mis estudios en la Universidad de La Habana; y al otro lo conocí personalmente en la Sala de Ajedrez de la ciudad de Matanzas, durante mi etapa de trabajo en la prensa escrita.
Ambos trebejistas alardeaban de tener memorias prodigiosas; pero la realidad es que ambos nunca sobresalieron en el ajedrez competitivo, por la sencilla razón de que no habían aprendido a aprender.
Aprender en el ajedrez significa poder comprender ideas y conceptos, y saber aplicarlos en determinadas circunstancias.
Si nos encasillamos en repetir lo aprendido, estaríamos divorciándonos del aprendizaje.
Aprender en el ajedrez es elegir el único camino que conduce a Roma; pero atrevernos a visualizar el entorno y preguntarnos ¿por qué no me desvío?, ¿habrá un tramo más corto?, ¿realmente este es el único camino que conduce a Roma?
El ajedrecista siempre debe cuestionarse el por qué de las cosas; solo así llegará a la raíz del problema, de la posición.
Les corresponde a los entrenadores, maestros, pedagogos del ajedrez, la sagrada misión de enseñarles a sus alumnos cómo APRENDER A APRENDER.
Las clases, los cursos, las conferencias, las clínicas, son los escenarios ideales para dotar al alumno de las herramientas necesarias para abrirse paso en el mundo del análisis y la comprensión.
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