Por Nibaldo Calvo Buides
Muy pronto aparecerá la versión
en inglés de la biografía de Capablanca, de la autoría del periodista de origen
cubano Miguel A. Sánchez, quien actualmente vive en Estados Unidos y tuvo la
gentileza de concederme una entrevista para mi sitio web. Felicitaciones Miguel
A. Sánchez y gracias por su amabilidad.
En 1976 Usted ganó en Cuba el Premio
Nacional de Literatura con el libro
"Capablanca: Leyenda Realidad". ¿Qué le motivó a
escribir ese libro?, ¿Le
resultó difícil recopilar información sobre Capablanca en Cuba?
Capablanca
es la gran figura emblemática no sólo del ajedrez o el deporte cubano, sino del
propio sentir cubano. Fue un individuo excepcional, legendario, y para alguien
que como yo jugaba y escribía sobre ajedrez resultaba un reto imposible de
ignorar. También quería conocer más sobre él, pero esto resultaba casi imposible, pues esencialmente las
narraciones sobre Capablanca, tanto en libros como en artículos de prensa, eran
de carácter anecdótico, carentes del tejido hilvanador propio de una biografía
clásica. Ese fue, entonces, el motivo y el propósito del libro, pero no creo
que entonces lo logré, pues varios aspectos no fueron debidamente expuestos, en
parte por la premura y en parte porque no disponía de los materiales requeridos.
De manera que el premio de literatura fue una gran alegría, así como el cariño
con que el libro fue acogido, pero siempre quedó en mí el sentimiento de que
había mucho más por hacer. Investigar y escribir la versión original fue una
labor de muchos años, creo que ocho por lo menos, debido sobre todo a tareas
muy alejadas de las propias de un investigador, típicas de Cuba en aquellos
años tales como movilizaciones de meses completos a la agricultura, los
llamados trabajos voluntarios en fábricas los fines de semanas y durante las
noches. Pero en compensación vivían todavía muchos familiares de Capablanca, así
como personas que lo conocieron de cerca, tanto en Cuba como en el extranjero; ellos
fueron esenciales tanto por sus testimonios como por los documentos que pusieron en mis manos.
Recuerdo
especialmente al Dr. José Raúl Capablanca, hijo del maestro, y a sus tías
Zenaida y Graciela, que aunque esta última vivía en Nueva York, mantuvo conmigo
una correspondencia de varios años. Graciela era considerada por sus hermanas
como la ‘historiadora’ de la familia y en realidad lo era, pues tenía una gran
memoria y conservaba notas con acontecimientos familiares. Ella me introdujo al
mundo íntimo de la familia Capablanca y a nombres que no se asociaban entonces
al genio cubano, tales como el general español Emiliano Loño, que fue quien en
realidad enseñó ajedrez a Capablanca, o al menos viéndolo jugar Capablanca comprendió
el movimiento de las piezas. Eso, curioso, lo dijo el propio Capablanca en
1893, pero nunca nadie lo recogió así. Fue una historia contada de otra manera,
que aunque cercana no se ajustaba a lo que el mismo niño declaró.
Al
pasar de los años me pareció que era el
momento indicado para reescribir el libro. Renové mis relaciones con la amplia
familia Capablanca, tanto los que
permanecieron en Cuba como los otros que marcharon a los Estados Unidos, o
incluso conocí a su importante rama española. Todos ellos volvieron a ser
fuente de información muy importante y desconocida, tales como los antepasados
españoles de José Raúl y las circunstancias en que el primero de ellos viajó a
Cuba para fundar la familia Capablanca en la isla.
No
olvidar tampoco que durante los primeros años de la niñez de Capablanca fueron
los periódicos y revistas habaneros los primeros en dejar constancia escrita
del niño prodigio que había surgido en Cuba, de manera muy especial Andrés
Clemente Vázquez en El Figaro, donde
el 8 de octubre de 1893 se publicó la primera reseña periodística de
Capablanca, con una foto y además una hermosa partida. Haber vivido en La
Habana sin lugar a dudas me dio una ventaja sobre otros biógrafos de Capablanca
que escribieron sobre él en otros países. Lamentablemente muchos de esos
periódicos fueron consumidos por el tiempo y falta de cuidado en su mantenimiento,
algo que no es particular nada más de Cuba, pues en la biblioteca de Nueva York
se han deshecho entre mis dedos muchas páginas de El Figaro o incluso revistas estadounidenses como American Chess Bulletin o Chess Weekly que no fueron pasados a tiempo
a microfilmes.
¿Su libro "José Raúl Capablanca. – A Chess Biography”, que será
publicado por McFarland es una nueva edición de su libro
con el mismo título que le publicaron en el 2014?
La
nueva edición es prácticamente un libro nuevo debido a que más de la mitad no
forma parte del original, además de incontables documentos que ni siquiera
sabía de su existencia años atrás. En
esta ocasión fue un trabajo más meticuloso, más profesional. Haber colaborado
con historiadores cubanos del nivel de Manuel Moreno Fraginals o Antonio
Benítez Rojo me enseñó la metodología de la investigación histórica, y esto
resultó una herramienta importante. Igual que en la edición original intenté
que la narrativa tuviera una frescura que lo hiciera agradable para muchos
aficionados del ajedrez que gustan de leer sus historias pero ya bien no están
capacitados o no les interesa reproducir partidas. Puesto que ese tipo de
aficionado al ajedrez es común traté de que los aspectos puramente técnicos del
legado de Capablanca no les resultara un obstáculo insalvable. El libro tiene
varias formas de ser leído. Ya desde el punto de vista técnico conté con la
ayuda de conocidos maestros o escritores de ajedrez como Jesús Suárez, Alberto
Barreras, Nelson Pinal, Luis Sieiro y Gerardo Lebredo, todos ellos conocidos
por sus maestrías e incluso como periodistas
o escritores de ajedrez. Barreras, por ejemplo, tiene un importante libro de técnica
de ajedrez; Suárez fue uno de los editores de la revista cubana Jaque Mate y
Pinal mantiene una página de ajedrez digital en la que conjuga muy bien la
historia con los temas teóricos y noticias de actualidad, de manera que he
estado bien acompañado en este viaje. Todos ellos colaboraron profesionalmente
de una forma u otra en la confección del libro, de manera muy especial Jesús
Suárez que desde el primer momento decidió acompañarme en el viaje.
En
esta nueva y muy ampliada versión muchos capítulos débiles de la primera
edición fueron muy mejorados. Puedo nombrar como un importante aporte el
capítulo que trata de todos los pormenores del match de Buenos Aires de 1927.
Es importante hacer énfasis que la Cuba de los años de la década de los 70’ no
tenía ninguna posibilidad de viajar, algo que si pude hacer ahora, pues como
parte de la recopilación de material sobre Capablanca estuve en Buenos Aires,
España, Panamá e incluso ciudades de los Estados Unidos por donde Capablanca pasó
y dejó su huella. Esa facilidad de movimiento más la tremenda herramienta que
es Internet me permitió rastrear pistas que resultaban inalcanzables en Cuba.
En Buenos Aires el Club Argentino de Ajedrez puso en mis manos toda la
documentación del match entre Capablanca y Alekhine, un verdadero tesoro. Debo
dar las gracias a su presidente, Dr. Claudio Goncalves, y al miembro de la
junta directivas, profesor Daniel Alpern, por la confianza de poner en mis
manos tales documentos.
¿Realmente tenía Capablanca dotes para la práctica del béisbol?,
¿Es cierto que lo querían contratar para jugar béisbol de manera
profesional o semiprofesional?
Todo indica que
Capablanca joven era un gran atleta, al menos tenía el tipo físico requerido
para jugar béisbol: era delgado y ágil, e indudablemente tenía lo que se dice
en el argot “buenas manos”, pues se le recuerda jugando dos de las posiciones
defensivas más importantes de la pelota. Una foto suya de cuando regresó a La
Habana en junio de 1909, tras vencer a Marshall, lo muestra increíblemente
delgado, más delgado que en ninguna otra ocasión de su vida. Él explicó que
durante sus años en la Universidad de Columbia había hecho muchos deportes, sin
explicar cuáles. Se conoce que formó parte de uno de los equipos de béisbol de la
universidad y que muy posiblemente jugó semiprofesional en las ligas de verano
que se formaban en Nueva York, eso fue en los años 1906 y 1907. En algunos
sitios se menciona que jugó segunda base y en otros que desempeñó el campo
corto. Ambas cosas son posibles y no son contradictorias. También es evidente
que durante el resto de su vida fue un gran aficionado del béisbol y que acudía a muchos
encuentros, tanto en los Estados Unidos como en Cuba. Una nota aparecida en el New York Times en la década del 30 lo
identifica como asistente a uno de los juegos de entrenamiento de primavera de
los Gigantes de Nueva York en La Habana. Otras cartas suyas corroboran que
seguía muy de cerca el resultado de la pelota de grandes ligas y en una de
ellas hay la referencia de que pidió le preguntaran al famoso cronista
deportivo cubano de entonces, Víctor
Muñoz, de que en caso de que viajara a Filadelfia a ver la serie mundial que le
avisara para ir juntos hasta esa ciudad, en momentos en que Capablanca estaba
en Nueva York. Creo que es conocido de
que Capablanca no quiso enseñarle jugar ajedrez a su hijo, pero si le enseñó a
jugar pelota y lo llevaba a muchos partidos lo mismo en La Habana que en Nueva
York. Pienso que efectivamente tenía dotes para desempeñarse como pelotero,
pero por fortuna una lesión en la espalda lo apartó de esas ambiciones. El
ajedrez y todos hubiésemos perdido mucho si Capablanca hubiese seguido por esa
senda. Pero, volviendo al tema, su afición por la pelota era tal que cuando
volvió a los Estados Unidos tras vencer en San Sebastián, 1911, el agasajo ajedrecístico
que le hicieron en el Manhattan Chess
Club por su triunfo comenzó con la lectura de un poema de béisbol.
Capablanca
padecía de trastornos de circulación desde joven, era una enfermedad endémica en
su familia. Ya hay señales de esos síntomas en él desde mucho antes de su match
con Lasker en 1921. Su madre, Matilde María, estaba muy preocupada por esa
dolencia y constantemente le preguntaba por su salud. Dolores de cabezas muy
fuertes y frecuentes que en ocasiones le producían un vacío en su pensamiento.
Hay famosos errores de Capablanca en su vida que han sido considerados fallos ajedrecísticos
pero que en realidad tuvieron un origen fisiológico. En varios de sus
comentarios para el periódico Crítica
de Buenos Aires durante el match de 1927 menciona que de pronto se le olvidaban
sus análisis o las posiciones de las partidas. El Dr. Hernández-Meilán
considera que son síntomas y consecuencias inequívocas de alta presión
arterial, que entonces podía ser diagnosticada pero no curada. Un ejemplo
típico ocurrió en el torneo de Nottingham, 1936, en que Capablanca reconoció
que las posiciones se le borraban “como una esponja”. Un eminente médico cubano
de entonces, el Dr. Gómez Gimeránez le advirtió que debido a su grave desbalance
circulatorio no debía tomar parte en el torneo AVRO de Holanda, 1938, pero
Capablanca obsesionado con sueño de recuperar la corona, no le hizo caso. Antes
de ese viaje había estado en La Habana bajo un severo tratamiento y él sabía
que el viaje y la presión del torneo era un gran riesgo. Se conoce que al menos en su partida con
Botvinnik se le presentó un caso clásico de isquemia cerebral, que pudo ser
mucho más grave.
El
día antes de fallecer, el sábado 7 de marzo de 1942 sus niveles de presión
arterial eran tan altos que resulta extraño que el derrame cerebral que sufrió
no haya ocurrido antes. Al menos el destino lo llevó a ver por última vez las
piezas de ajedrez en el Manhattan Chess Club, el lugar donde lo aguardaba el
terrible golpe que terminó con su vida.
Fue
un inmenso placer escribir el libro y estoy seguro de que el mismo placer
sentirán quienes lo lean.
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