Por Nibaldo Calvo Buides
En nuestras vidas ajedrecísticas convivimos con momentos en que rechazamos el ajedrez.
Un mal día nos despertamos con falta de motivación y de voluntad para agarrar un libro y adentrarnos en su estudio por espacio de 2 ó 3 horas, como ya estábamos acostumbrados.
Un mal día nos despertamos con falta de motivación y de voluntad para agarrar un libro y adentrarnos en su estudio por espacio de 2 ó 3 horas, como ya estábamos acostumbrados.
No sabemos explicarnos el por qué de nuestro inesperado comportamiento, y raras veces lo comentamos con nuestros amigos.
Entonces no nos interesa participar en algún torneo, y si lo hacemos no contamos con el verdadero afán por exprimirnos las neuronas en pos de un excelente resultado en nuestra partida.
Entonces no nos interesa participar en algún torneo, y si lo hacemos no contamos con el verdadero afán por exprimirnos las neuronas en pos de un excelente resultado en nuestra partida.
No faltan quienes ante tal situación expresan frases denigrantes hacia este maravilloso juego.
Otros, llegan al grupo cotidiano de amigos ajedrecistas y hasta dolor de cabeza sienten de solo escuchar que una vez más el tema central de conversación lo representa el ajedrez.
¿Quién no ha pasado por esta etapa?
Por suerte, hasta nosotros mismos percibimos que nuestro alejamiento al ajedrez comienza a cobrarnos factura. Ya nuestros resultados competitivos comienzan a mermar. Y comenzamos a preocuparnos y a ocuparnos, porque realmente amamos el ajedrez.
Entonces salimos de “este pequeño descanso” y retomamos nuestro camino hacia la perfección (aunque esa perfección no exista no está de más trazarnos la meta de llegar a ella).
Otros, llegan al grupo cotidiano de amigos ajedrecistas y hasta dolor de cabeza sienten de solo escuchar que una vez más el tema central de conversación lo representa el ajedrez.
¿Quién no ha pasado por esta etapa?
Por suerte, hasta nosotros mismos percibimos que nuestro alejamiento al ajedrez comienza a cobrarnos factura. Ya nuestros resultados competitivos comienzan a mermar. Y comenzamos a preocuparnos y a ocuparnos, porque realmente amamos el ajedrez.
Entonces salimos de “este pequeño descanso” y retomamos nuestro camino hacia la perfección (aunque esa perfección no exista no está de más trazarnos la meta de llegar a ella).
Un buen estímulo para llenarnos de la voluntad necesaria para proseguir lo representa la lectura de biografias de ajedrecistas que consiguieron la gloria a base de esfuerzos tras esfuerzos.
Eso nos conduce a decirnos, "si él pudo, yo puedo".
Hace un par de semanas tuve la enorme fortuna de ver un video sobre el quehacer de una persona llamada Tony Meléndez, quien nada tiene que ver con el ajedrez, y mucho tiene que ver con el ajedrez.
Porque Tony Meléndez en menos de 7 minutos me dio una gran lección (¡Y GRATIS!) de lo que es tener fuerza de voluntad, que tanto nos hace falta a muchos de los ajedrecistas.
Porque Tony Meléndez en menos de 7 minutos me dio una gran lección (¡Y GRATIS!) de lo que es tener fuerza de voluntad, que tanto nos hace falta a muchos de los ajedrecistas.
Aquí encontré un extraordinario antídoto contra el rechazo al ajedrez.
Chequen el video, y redescubrirán que aún podemos tener más fuerzas para emprender nuestros proyectos ajedrecísticos.
Gracias a Tony Meléndez por su lección.
Chequen el video, y redescubrirán que aún podemos tener más fuerzas para emprender nuestros proyectos ajedrecísticos.
Gracias a Tony Meléndez por su lección.
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