Por Nibaldo- Instructor FIDE
Durante mi visita a Yogyakarta, en Indonesia, caminé por la famosa y bulliciosa calle Malioboro, llena de luces, aromas y sonidos de la vida local.
Y entre todo ese movimiento, algo me detuvo: varias personas jugando ajedrez en el piso, debajo de los portales, como si el ruido del mundo no existiera.
Los tableros eran sencillos, algunos con piezas viejas o desparejas, pero la concentración en sus rostros lo decía todo.
No había relojes ni premios… solo la pasión pura por el ajedrez.
Me quedé observándolos largo rato.
Era increíble cómo, en medio del caos de la ciudad, el ajedrez creaba un pequeño oasis de silencio, estrategia y conexión.
En Malioboro entendí algo:
el ajedrez no necesita un lugar elegante para ser grande.
Solo necesita corazones que lo amen.
Publicar un comentario